Pu kuifike zungun tañi wiñoleygun
Al final de unas cortas escaleras, encontramos la sala de exposición del Centro Cultural. En ella, se exhibe la muestra fotográfica Mapuches: el retorno de las voces antiguas a cargo de la fotoperiodista Roxana Sposaro y del fotógrafo Pablo Piovano.
En una habitación blanca y calurosa, imágenes del pueblo mapuche retratan miles de vidas perseguidas por la justicia. Pero en esta ocasión, no hablemos del contenido, mejor conversemos sobre nuestras actitudes frente a la muestra, la suya, la mía y la nuestra.
Una fotografía de Spossaro retrata a una mujer de espaldas tomada de la cabeza por otras mujeres chamanas. En la descripción, se nombra al proceso como una curación de la mente. Ante la fotografía de la que pasan desaprensivos algunos visitantes, una espectadora gritó: “Mirá, un exorcismo”.
Todos describimos el mundo con las palabras que conocemos, y muchas veces las confrontamos. Blanco y negro. Alegría y tristeza. Sanación mental y exorcismo. Pero: ¿Por qué no podemos pararnos a pensar sobre el significado de ese ritual? ¿Qué nos impide concebir que, aunque lejano, el mundo que retrata la exposición sucede a la par que nuestras vidas? ¿Por qué ponemos nuestra concepción de mundo frente a todo? ¿Por qué creemos que ese otro mundo es solo lo que se nos está exponiendo? ¿Qué nos impide sensibilizarnos por su ausencia? Quizás si respondemos estas preguntas podríamos entender un poco mejor que este mundo es igual al suyo, al mío y al nuestro.
Tal vez, podríamos dejarnos guiar por la genuina curiosidad. Volver a nuestras casas para contarles a nuestras familias aquello que vimos en la sala blanca y calurosa y expandirlo. Intentar entender lo que vemos, pensando una historia posible a partir de la imagen que capta nuestra atención y que de pronto no parece tan lejana. Y si la vida pasa muy rápido, no lo haga con toda la muestra, hágalo con dos o tres piezas, pero contemple lo que ve.
