Reconocer(se) familia en los libros: vínculos, palabras y mundos compartidos

Fotografía de Tiziana Canestrari y Martina Noelia Soto

Mientras una niña elige su próximo libro, su abuela la mira en silencio. Afuera, un adolescente espera ansioso con su hermano para poder entrar al DOMO. En algún puesto de la feria, una pareja sonríe con un libro en la mano.
Si nos detenemos por un segundo y miramos alrededor del espacio, cientos de historias familiares -que desconocemos- caminan entre los stands.

¿Qué historias nos formaron? ¿Qué vínculos aparecen entre los libros que nos atraviesan?
Porque a veces, una historia compartida se transforma en más familia que el propio lazo de sangre. Leerle a alguien puede ser más íntimo qué mirarlo a los ojos; un libro regalado, subrayado o heredado puede ser el puente más sincero entre dos mundos que nos unen desde el consuelo: el real y el simbólico.

Porque debemos saber que los libros también nos crían y educan: nos enseñan a nombrar el amor, la calidez, el reencuentro y el cuidado, pero también nos permiten atravesar la pérdida, el dolor y la distancia de manera íntima y contenida, con sensibilidad y abrigo.

Hoy, tanto la feria como las escuelas, son mapas afectivos que vamos descubriendo mientras avanzamos: con rutas que se cruzan, voces que resuenan y páginas que nos buscan. Y tal vez reconocerse familia sea eso: encontrar en una historia ajena un pedazo de la propia, seguir hilando palabras que nos mantengan cerca, incluso cuando el viento patagónico quiere llevárselas.

Pero no todas las formas familiares tienen el mismo lugar en esos relatos. Las instituciones, muchas veces, siguen pensadas para un solo modelo de familia: nuclear, heterosexual, blanca. Ese molde deja por fuera realidades diversas que existen y resisten en los territorios, aunque no siempre sean reconocidas. Como señala una de las investigadoras del equipo de investigación de “Familias Políticas Públicas y Territorio en clave Patagonia” (UNPSJB) en el encuentro realizado en la Feria del Libro; “todavía circula una concepción de familia que pierde de vista otras configuraciones, que también están presentes, pero no prevalecen”.

Hablar de familia también es hablar de derechos: del derecho a nombrar y a ser nombradas a existir dentro del lenguaje y la política pública. Y en este contexto, la universidad pública no solo investiga: también escucha, produce conocimiento situado y se posiciona. Porque como bien dijeron durante el encuentro, “visibilizar y nombrar es también una forma de habilitar”.

¿Y si la verdadera familia es esa que sabe qué historia necesito leer, aún cuando ya no se cómo hablar? Tal vez por eso todos habitamos la Feria: no solo para buscar un libro, sino para encontrarnos con quien fuimos, con quienes amamos y con quien podríamos llegar a ser en este futuro que nos mira de frente.

Fotografía de Tiziana Canestrari y Martina Noelia Soto

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